El auge de la movilidad compartida y el fortalecimiento de las políticas de sostenibilidad, impulsados además por la aprobación definitiva de la Ley de Movilidad Sostenible, han abierto un debate relevante para empresas, administraciones y trabajadores: ¿puede el transporte corporativo considerarse parte de la economía circular? La respuesta no es simple. Hay argumentos sólidos que invitan a integrar este modelo en la conversación, pero también matices que obligan a analizarlo con rigor para evitar interpretaciones excesivamente optimistas.
La movilidad compartida como punto de inflexión
La nueva Ley supone un cambio de paradigma para las corporaciones, ya que aquellas con más de 200 trabajadores estarán obligadas a disponer de un plan de movilidad sostenible en un plazo de dos años. En este contexto, el transporte corporativo de uso compartido cobra una relevancia estratégica porque no solo optimiza recursos, sino que reduce la necesidad de fabricar y utilizar nuevos vehículos. Esa eficiencia se traduce en un menor consumo de materias primas y energía, aspecto completamente alineado con los principios de la economía circular.
Por otra parte, las soluciones de movilidad compartida bien diseñadas contribuyen de forma directa a la descarbonización, un aspecto especialmente relevante considerando que la media de emisiones de CO2 de los coches nuevos en España alcanza los 119,1 g/km, según un estudio publicado por Ideauto a finales de 2024. A ello se suma su capacidad para mejorar la gestión del espacio urbano al liberar áreas tradicionalmente saturadas por el vehículo privado y disminuir las emisiones asociadas a los desplazamientos diarios.
Un enfoque circular que exige profundizar más
Pese a estos argumentos, y aunque reducir el número de vehículos es un avance, la circularidad exige entender qué ocurre con ellos, cómo se gestionan sus baterías, qué mantenimiento se aplica y cómo se reciclan sus componentes al final de su vida útil, elementos que no siempre están plenamente integrados en los modelos actuales de movilidad.
Además, la experiencia de los últimos años demuestra que los sistemas de uso compartido no pueden ser sostenibles si la gestión no es adecuada. El impacto puede incluso ser negativo, como ocurrió con los patinetes eléctricos desplegados sin control en algunas ciudades, y que supuso un incremento de residuos tecnológicos, ciclos de vida muy cortos y dificultades en el reciclaje de baterías.
El transporte bajo demanda como aliado
Estos matices no invalidan el potencial de la movilidad compartida, de hecho existen herramientas que allanan el camino hacia la circularidad. Por ejemplo, las soluciones de transporte compartido bajo demanda se han configurado como unas buenas aliadas porque a través del carsharing, las empresas fomentan la reducción del uso del coche individual, minimizando las emisiones, aumentando la eficiencia con la optimización de rutas, y reduciendo costes tanto para la empresa como para los trabajadores. Todavía queda mucho recorrido para hablar de una circularidad plena, pero la movilidad compartida aporta argumentos suficientes para incluirla en la conversación. Iniciativas como las de la española Celering, especializada en soluciones de movilidad compartida para empleados, demuestran cómo la economía circular puede aplicarse de forma práctica al transporte cotidiano al promover un uso más racional de los vehículos y contribuyendo a reducir las emisiones asociadas a los desplazamientos laborales.
